La piel no es una ilusión. Nuestro envoltorio es más que una representación, es la condición de nuestra consistencia, la frágil consistencia, la frágil frontera que nos sostiene. El cuerpo respira, el aire la pertenece, es inseparable de él. Lo absorbe y lo expande. También el calor, el cuerpo transpira y parece transportar un aura de vapor de agua. Inversamente, podría pensarse que el cuerpo desnudo busca quitarse esa nubosidad, persigue la transparencia, exhibe su jaula de cristal, deja traslucir el esqueleto -emblema simbólico de la muerte-, la piel pegada al hueso.

Origen y destino se unen en los mitos prenatal y postfatal: ¿no hace referencia el enterramiento del cuerpo en la tierra a la difusión del feto en el interior del cuerpo de la madre? El cuerpo fetal es rodeado por la autoridad de la madre que lo baña yo el cuerpo muerto, por la alteridad de la tierra donde se diluye. Con el afán de retar a la muerte la imaginación ha unido ambos espacios y se ha imaginado una vida antes del nacimiento, un estado horizontal. Suspender la caída, suprimir la gravedad y el tiempo, o más bien flotar en una caída indefinida en horizontal. Un sueño amniótico: el agua no es un agua que pasa, lineal y continua, como la vida fugaz. Es un paisaje nutricial y cálido del yo en formación, un espacio de resonancia prelingüística. «Todo lo que el corazón desea puede reducirse a la figura del agua» (Paul Claudel). ¿Es una alusión al mito y el rito de la madre natura como origen y fin, como paridora y reparadora donde se unen los dos extremos el de nacer y el de morir? ¿O el espacio de la gran angustia, de aquel en el que no se ha pedido nacer y nos vemos condenados a morir? ¿O la ocasión de una revancha contra la madre? Aquí no es tanto el agua maternal, cósmica y onírica de la que habla Gastón Bachelard (El agua y los sueños), no es la matriz infinita de leche tibia, como la naturaleza geometrizada, el agua en una piscina, una maternidad in vitro.

Es una razón contra la naturalidad de la naturaleza femenina considerada menos naturaleza que producción artificial. Puesta en cuestión de la metáfora maternal que asigna una filiación natural entre el artista y su obra; del mito del artista como madre cuya obra obra es expulsada de su cuerpo y colocada en el mundo, escapando así simbólicamente de la muerte; de la concepción de la obra también como un ser carne, parturiento, abierto y portador del espíritu. «La obra de arte… es parricidio y matricidio, es magníficamente solitaria. Pero mira entre bastidores como hace el psicoanalista, y encontrarás una madre secreta sobre la que se contruye esa sublimación» (Julia Kristeva). Una madre secreta que entrelaza infancia y madurez en un nudo gordiano de sentimientos ambiguos: orfandaz y ansiedad, nostalgia y adoración.

Texto de 1999 publicado en el catálogo de la exposición de Dolo Navas que tuvo lugar en Torre de Ariz de Basauri, del 5 al 30 de noviembre de 1999.

Instalacion agua from dolo navas on Vimeo.